GUARDIAS URBANOS

 

Hace años, muchos, tal vez 10, puede ser. Había quedado con un amigo que trabajaba en la gestión cultural de una institución pública. Era una buena época, había trabajo. Había quejas pero porque Pepito o Menganito tenían más producciones, pero en general, todos trabajábamos. La conversación, o lo que recuerdo de ella, fue más o menos así:

– ¿Y ahora que tenéis de nuevo?

– Pues entra XX y XX grupo, y hay una coproducción con XX, y luego XX.

– Ah, que interesante.

– Sí, no deja de serlo, pero de verdad, yo cada vez tengo la sensación de que somos guardias urbanos.

– ¿Guardias urbanos?

– Sí, solo estamos para dirigir el tráfico. Qué pase el siguiente. Hay una cola y la siguiente producción es quien está en la cola.

La conversación continuó por otros derroteros, pero a mi se me quedó clavado eso “guardias urbanos”. Criterio no había, había presión en la cola para que pasara el siguiente.

No fue la única vez que tuve esta sensación. La tuve muchos años antes en una reunión del sector, donde se habló poco de cine y creación (era del sector audiovisual) y más de cuotas, de a quien le tocaba en ese momento. De allí salí cabreado porque no se premiaba el buen o mal cine, sino que lo hiciera Juan o Miguel porque, “les tocaba”. Yo pensaba, ¿pero de verdad tenían buenas películas, documentales, series o lo que plantearan? ¿O era, porque sí?

¿Por qué nuestra gestión cultural ha sido desde hace años “guardias urbanos”?

La verdad que no tengo muy clara la respuesta, pero sí que he visto síntomas en esos momentos comentados a lo largo del tiempo. Pero lo que más me preocupa es que sigue ocurriendo.

Parece que el concepto cultural que tenemos pasa por comprar, deglutir, mostrar,… siempre pienso donde se guarda la reflexión. Los programadores culturales se preocupan, y muy mucho, de tener lo que más ha pegado, lo que ha tenido ecos, tanto fuera como dentro, sin preocuparse en algo que es fundamental y de lo que tanta veces he comentado con otros creadores:

«el punto cero de la creación».

Pongamos un símil futbolístico para ver si lo entienden.

Aunque soy del Valencia, hay tres equipos que me han fascinado a lo largo del tiempo por su construcción de club. El Sporting de Gijón, el Athletic de Bilbao y el Barça.

Del Athletic, tal vez por esa obsesión por lo genuino vasco, que en ocasiones le ha salido bien, y otras, pues no. Pero del Sporting y del Barça, por como construyeron sus canteras (hablo de hace años, desconecté del futbol hará… pues 5 años o más, y solo lo sigo de uvas a peras).

La Masiá, la cantera del Barça, ha sido un revulsivo del club, ha hecho que finalmente gentes como Xavi, Cesc o Iniesta lleguen a la élite. Ese sueño de Cruyff se hizo realidad: no paguemos por traer estrellas, hagámoslas nosotros. Los hechos y el tiempo, la piedra sobre piedra y la progresión, hicieron del proyecto un referente.

Pero no tenía porqué ser un club fuerte. El Sporting también exportó futbolistas cuando creó Mareo, su escuela de formación. Eloy, Luis Enrique, Ablanedo o Villa son creaciones de Mareo.

No hacia falta un gran presupuesto, hacia falta no esperar resultados a corto plazo.

¡Ay el corto plazo! Siempre nos decimos, vamos a preparar lo que viene a 2-3 años vista, y luego no salimos del mes que viene.

No sé si ahora se entiende más “el punto cero de la creación”.

Para que nuestros gestores dejen de ser “guardias urbanos”[1] falta que ellos marquen las líneas. Un criterio. Y en eso solemos olvidar la formación. La cantera, eso tan importante.

Sigo viendo a grandes valencianos triunfando fuera de sus poblaciones y veo que no ha sido gracias a su formación aquí, a su “Mareo” o su “Masía”, sino a su propia y perseverante constancia. Y eso no debería seguir pasando.

Este 2015 tenemos una oportunidad histórica de darle la vuelta a esto. No podemos seguir esperando a lo que vendrá de Madrid, Barcelona o Londres. Que sí, que será interesantísimo, pero además, creemos y valoremos a nuestros creadores y exportémoslo.

Y cuando vengan referentes, que sean los que de verdad remueven, que no quieran un pisazo en la Calle de la Paz ni una Ciudad del Teatro, sino a marcar un camino, y ayudarnos a crear, a transformarnos piedra a piedra.

Esa es la cultura que quiero. Dejemos que los guardias urbanos sigan dirigiendo el tráfico de las ciudades y que llegue la hora de los creativos en la gestión.

 

[1] No todos los gestores son/han sido así. Pero tal vez la desidia fue una marea que barrió hacia la mayoría.

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