A VUELTAS CON LA IMPROVISACIÓN EN LA GESTIÓN CULTURAL

Parece que haya pasado meses, y fue hace unos días cuando se acabó IETM. Aunque solo pude ir a algunas charlas y a la jornada Creative lenses, se me quedó grabado todo lo que ocurrió ese día previo al propio IETM y sobre todo una idea que lanzó Pau Rausell sobre la gestión cultural en España y por ende, en el País Valencià.

Antes de nada, una cifra que aportaron en un muestreo de centros culturales europeos en la presentación inaugural del Creative lenses:

A la pregunta, de si tienen un plan a largo plazo, la variable de centros culturales del norte de Europa era de una 80% SÍ tienen un plan a largo plazo, mientras que en el sur de Europa tan solo un 23% SÍ tiene plan a largo plazo.

Y ahí nace la boutade que lanzó Rausell y la reflexión de este artículo:

¿Por qué en el sur no se tienen planes a largo plazo?

Defendió Pau Rausell que una de nuestras variables a valorar, que siempre se veía como negativa, es el trabajo improvisado. Nosotros vivimos más al día, y eso se ve reflejado en nuestros planes. No solo lo defendió, sino que hizo apología de ella.

Y yo me pregunto:

¿De verdad hay que vanagloriarse de no tener planes, de improvisar?

Entendí tanto la propuesta de Pau como de su compañero de mesa debate posterior, Jordi Grané, sobre que eso hace que nuestra gestión tenga más cintura, y estemos más capacitados para rectificar/modificar las propuestas, pero creo que es un error de manual sacar pecho por ello.

Diría que uno de los males de nuestra cultura se traduce en no tener planes. Y diría más: esto lo genera las instituciones culturales con sus planes presupuestarios a solo un año vista y en su nula autonomía presupuestaria.

El sector cultural sigue siendo muy dependiente de la administración (no sé hasta qué punto eso es bueno, malo, regular o no sabe / no contesta) y ese trabajo de dinamizador y desarrollo con años por delante (tal vez solo hagan falta dos años vista, no más) puede repercutir en una cultura más transversal, más participativa, más internacional o más crítica.

Me explicaré.

Cualquier empresa cultural hace su balance de gasto al final de año y su previsión para el año siguiente. En ese momento es importante saber cómo podrás extraer ese dinero, de dónde, y porqué, si eso es necesario para su proyecto.

Al depender un tanto elevado de la administración pública (y autonómica, que eso es lo primero que habría que hacerse mirar) el presupuesto comienza un baile de números y cifras para hacerlo posible, lo que lleva a no poder cerrar sus contenidos, su anhelo inicial y a conformarse o conformar aquello que sus posibilidades económicas le dan.

No tener programas regulados con suficiente tiempo, no conocer las ventanas claras para dialogar (no solo con la administración, sino con fundaciones, inversores, etc) hace que las propuestas culturales tengan una creatividad brutal llenas de precariedad hasta decir basta.

Y mientras, se nos pide desde los sectores económicos, sociales, culturales y administrativos que sigamos siendo creativos para superar esos “baches”. Preferiría que fueran creativos en los presupuestos y no solo en eso, en una regulación del sector, mediante contactos claros con otros niveles y reglando procedimientos que nadie tiene claros.

Pero por otro lado, el sector siente dependencia de ese plan a corto plazo. Son muchas las voces que piden constantemente volver a antiguos planes, y solo explicitan una máxima: más inversión que se traduzca en más dinero. Punto.

¿De verdad es más dinero lo que hará que la gente venga a ver las propuestas culturales? ¿Solo es la inversión el único síntoma del cortoplacismo?

Tal vez son muchas preguntas. Sé que estoy más lleno de dudas que de certezas, aunque creo que es importante cuestionarse un modelo que por caduco, queremos seguir fotocopiando. Y las fotocopias, cuando llevan muchas impresiones, ya no se lee ni la letra.

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